En el Antiguo Testamento, la revelación divina se da de forma progresiva. Dios se va mostrando, a lo largo de la historia, como un padre que ama a su pueblo. No se llega a esta idea de Dios desde teorías filosóficas, sino que es necesaria la experiencia de un pueblo que se sintió elegido y amado en su realidad concreta. Dios quiso entrar en contacto con el hombre y, para ello, eligió a un pueblo que necesitaba ser salvado y que halló en ese Dios el verdadero sentido de su historia. No se trata de un Dios que le hablaba al hombre a escondidas o a través de su imaginación, sino que le hablaba mediante los acontecimientos para que, de esa manera, el pueblo pudiera entender que Dios no es una idea humana, sino una presencia salvífica. Se trata de un Dios que es uno y único para el pueblo hebreo.